De la tarea del poeta al dilema electoral
En su
"Poética", Aristóteles discernía entre los oficios del historiador y
el poeta diciendo: "no es oficio del poeta contar las cosas como
sucedieron, sino como debieran o pudieran haber sucedido." En la misma
línea, Del Toro, en una entrevista tras ganar el Oscar por su película "La
forma del agua", señalaba que se dedicaba al cine porque la realidad está
muy mal escrita, pues en ella, los malos sí ganan. La evidencia nos muestra que
Aristóteles y Del Toro tienen razón, y más en un país donde la impunidad es
superior al 90 por ciento. Aquí, los "malos" sí ganan, porque saben
que no importa lo que hagan, nadie los va a castigar.
Es de llamar la
atención que en un país con tan alto número de "creyentes", les sea
tan difícil distinguir entre lo "bueno" y lo "malo". Porque
"lo malo" se transforma en "bueno", dependiendo de quién lo
haga. O tal vez es por eso mismo por lo que este fenómeno de
"purificación" es posible: Porque un creyente es una persona que no
ejerce un pensamiento crítico, sino que usa su atajo más sencillo y automático,
el pensamiento dogmático, ese que no acepta ningún cuestionamiento y que
rechaza cualquier evidencia que contradiga su dogma de fe. Y cuando la
evidencia en contra es tan contundente que amenaza el sistema de creencias,
reacciona con violencia, que es el último argumento que queda cuando ya no hay
argumentos.
Entre las
deidades del México antiguo, una de las principales era Tezcatlipoca, dios del
espejo ahumado, "el sembrador de discordias". Se le concebía en
varios mitos como la contraparte de Quetzalcóatl, la serpiente emplumada, dios
civilizador por excelencia. En la "Leyenda de los soles", se habían
enfrentado a lo largo de las eras alternándose el poder en una dinámica que nos
recuerda el símbolo del Yin y el Yang, los opuestos.
Está división
del mundo en polos opuestos es una simplificación didáctica para entender los
conceptos de "Bien" y "Mal". La realidad es más compleja.
En la realidad no existen los absolutos. Nada es totalmente bueno o totalmente
malo.
En tiempos como
los que nos ha tocado vivir, tenemos que sustituir esos conceptos absolutos por
otros más limitados, pero más cercanos a la realidad. Los humanos somos
falibles, podemos y de hecho fallamos con frecuencia. Los humanos que aspiran y
ejercen cargos públicos, están aún más expuestos a ello. No hay humanos ni
políticos impolutos. Lo que debemos exigir, son humanos y políticos
responsables, que asuman las consecuencias de sus actos y fomenten el
cumplimiento de la ley, que es lo que nos permite convivir en armonía.
Tras casi seis
años, a mí me queda claro que no quiero un "Sembrador de discordias"
en el poder arengando todos los días a sus huestes y fomentando la división y
el encono. No quiero que se exalte y legitime la mediocridad, el conformismo,
el cinismo, la incompetencia y la impunidad. No quiero que continúe la
descomposición social y se siga exacerbando la desigualdad, el clasismo y el
racismo que amenazan la convivencia cotidiana pacífica. Tampoco quiero que
hipoteque el futuro de mis hijas y destruya sus oportunidades de una vida digna
en la que puedan vivir del producto de su trabajo honesto.
A pesar de las
críticas, el primer debate presidencial exhibió a los candidatos de forma
transparente. Los reviso de izquierda a derecha, como estaban sentados, aclaro,
y no necesariamente como se les ubica en términos ideológicos.
Primero pudimos
observar a la candidata oficial como alguien que no está dispuesta a escuchar a
nadie, alguien acostumbrada a monologar. No va a negociar nunca. Nunca va a
aceptar ninguna responsabilidad, y seguirá protegiendo a su "gente"
aunque sepa que es culpable. Es decir, va a construir el "Segundo piso de
la impunidad", que posiblemente sea la mayor deuda del sexenio saliente.
Segundo, el
candidato "de la nueva política", mostró una sonrisa que parecía
ocultar solo una idea: "¿Qué rayos hago yo aquí?" Aunque la lógica
parece apuntar a que su única función es restarle votos a la oposición, pues en
Palacio, se les acepta con benevolencia.
Tercero, la que
parece en realidad la única opción de quienes no están de acuerdo con la
gestión a lo largo de este sexenio. Fue la única que intentó darle voz al
descontento de un país azotado por la violencia, la corrupción, el cinismo y la
indiferencia sociópata que ha caracterizado al portador de la banda
presidencial y su grupo.
No hace falta
ser un erudito para entender que no tenemos que estar de acuerdo con todo lo
que hace, dice o piensa un candidato, es más, eso es lo saludable, no estar de
acuerdo en todo. Pero si nos guiamos por sus acciones, la decisión es clara
como el agua. Sé lo que no quiero. Por simple eliminación, queda claro por
quién debería votar. ¿No les parece?
Quizás esto es
una utopía, pero no es oficio del poeta decir las cosas como sucedieron, sino
como debieran o pudieran haber sucedido.
Confiemos que en
nuestro país haya más poetas y menos creyentes.
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