Identidad o de Tlalnepantla a Malinalco a través de un cuento
Tras recibir el Oscar por La forma del agua; un periodista le preguntó al director Guillermo del Toro, qué tenía su película de mexicano. A lo que Del Toro respondió: “Pues yo”.
Aunque la respuesta parece un juego humorístico del
director, en realidad nos lleva a reflexionar si el simple hecho de nacer,
crecer y/o desarrollarnos en una geografía determinada, imprime a nuestra
producción artística algo parecido a una identidad, marca o sello distintivo.
En este sentido, recuerdo cómo llamaba mi atención
el ambiente gris, oscuro, frío y deprimente que encontraba en las obras de
Ibsen. Sin embargo, no pude entender su importancia hasta que, en un congreso
internacional, vi a dos directoras teatrales suecas tomando el sol en una banca
del parque. Ante esa actitud, más propia de una playa que de la ciudad, no pude
evitar preguntarles —de la manera más sutil que encontré, obviamente— por qué
hacían eso. Su respuesta fue simple: “Porque en nuestro país no tenemos sol.” Como
consecuencia de esta experiencia, comprendí que las características geográficas
y climáticas de un lugar, afectan y pueden condicionar nuestra visión del mundo.
De esta manera, ese sello característico que sugiere Del Toro en su respuesta, parece
estar justificado.
Si seguimos con el hilo de estas reflexiones,
podemos preguntarnos también, cómo ciertas obras han despertado nuestra
curiosidad para conocer los lugares donde suceden las acciones presentadas. Recordemos
las exploraciones emprendidas para encontrar la legendaria ciudad de Troya o el
continente perdido de la Atlántida. Pero no es necesario ir tan lejos. ¿Quién
no ha querido conocer Macondo después de leer Cien años de soledad o Comala, después de leer Pedro Páramo? De igual manera sabemos que la fascinación por el
personaje de Sherlock Holmes, genera un flujo constante de visitas a la calle
londinense de Baker Street. Entonces, de alguna manera, estas obras han
promovido —tal vez sin proponérselo—, ciertos lugares como parte de la ilusión
de sus historias. Sin embargo, hay otras obras que han sido escritas
específicamente con la finalidad de promover o destacar ciertos lugares.
En El
maravilloso viaje de Nils Holgersson a
través de Suecia, la escritora Selma Lagerlöf, lleva a los lectores a
través del folclore, la naturaleza y geografía de Suecia mientras acompañan al
protagonista en un viaje fantástico a lomos de un ganso. La obra cumple con la
máxima propuesta por Horacio en su Arte
poética: “Todo sufragio ganó quien mezcló lo dulce a lo útil, al lector
deleitando y amonestando igualmente”. Es decir; ante la pregunta de qué es
mejor, si divertir o educar, lo mejor es divertir educando.
En todo caso, parece que estas relaciones entre lugares
y ficciones, estaban archivadas en algún rincón polvoso de mi mente; latentes
en mi inconsciente cuando empecé a escribir la historia que titulé Volchito
máquina del tiempo. Porque, de alguna manera, son parte fundamental en el
desarrollo de la historia. Debo confesar que soy más un escritor de brújula que
uno de mapa. Es decir, en lugar de visualizar, planificar y determinar todos
los aspectos de la historia antes de empezar a escribirla, solo me guío por una
idea detonante y dejo que la intuición me vaya guiando. Nunca sé hacia dónde
voy a ir, y los personajes y situaciones van surgiendo conforme los voy
escribiendo. Sin embargo, también hay temas que aparecen de manera recurrente en
mis escritos, y que se vinculan con esa “marca de origen” que señalé al inicio
de este texto. Ellos son la mitología mesoamericana y nuestra particular visión
sobre la muerte.
Entonces, como dije antes, no tenía una idea clara
de hacia dónde me llevaría la historia; solo quería responder a una pregunta:
¿Es posible escribir algo similar a lo que hizo Lagerlöf en lugares
emblemáticos del Estado de México? Conforme las palabras se iban plasmando
sobre la página en blanco, se fue configurando un protagonista: Pepe; “un niño
de domingo”. Aquí es pertinente mencionar que, de acuerdo a la Sonata de los espectros de Strindberg, los niños nacidos en domingo pueden ver a los muertos. Este vino a
ser el elemento fantástico que iba a determinar el rumbo de la aventura y que,
de paso, introducía en la historia uno de mis temas recurrentes: la muerte.
Un segundo personaje fue apareciendo en la
historia: Aztlán, una niña que está con su mamá y que extraña a su papá. Este
personaje me planteó nuevas preguntas: ¿Quién es? ¿Cuál es su historia? ¿Por
qué no puede ver a su padre? ¿Cómo se relaciona con Pepe? Debo confesar que
estas interrogantes me detuvieron durante varios días. No sabía cómo continuar
sin responder a esas interrogantes. Entonces, leí por casualidad el significado
simbólico del locativo náhuatl de Tlalnepantla: “la tierra de en medio”. ¡Claro!
Esa era la clave. Aztlán está en Tlalnepantla; está en medio de algo, ¿de qué? ¿Y
qué puede significar que un personaje pueda ver a los muertos y el otro esté en
esa tierra a la mitad de algo?
Con estas premisas, la historia encontró su cauce y
empezó a fluir de forma natural. Los demás elementos se fueron integrando a la
acción de forma lógica: un viaje al pueblo mágico de Malinalco; las
celebraciones por el Día de Muertos; el clímax de la acción en la zona
arqueológica; la aparición de dioses mesoamericanos como Malinalxóchitl,
Huitzilopochtli y Xólotl; lucha, sacrificio y redención. Y finalmente —confirmando
lo que dice Cortázar de que la labor de un escritor no es escribir, sino
reescribir— ordené las acciones de acuerdo a la estructura del viaje del héroe
propuesta por Joseph Campbell, configurando una tragicomedia en términos
dramáticos.
Aunque Volchito
máquina del tiempo tenía una clara intención de destacar la geografía,
folclore y costumbres de una localidad, no es el único camino para establecer
esa identidad, marca o sello distintivo sobre la que he reflexionado a lo largo
de estas líneas. La identidad es una construcción colectiva; y como tal, no es
estática o monolítica; siempre está en construcción. Eventualmente, aun inmersas
en el mismo contexto temporal y geográfico, cada obra es única. Eso es lo que
las hace especiales. Cada obra contiene la visión subjetiva de quien la crea en
un momento específico e irrepetible de la historia. Por lo que, hablar de
poéticas nacionales o locales, es siempre una reflexión inconclusa.
*****
:)
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