¿Una realidad melodramática?

 


 ¿Se puede analizar la realidad política de un país a través de la literatura? Esta es una pregunta que me he hecho a lo largo de los últimos años, y que ha sido motivada por la creciente polarización en la vida pública. Las redes sociales y la cobertura mediática difunden dos versiones de los hechos haciendo cada vez más difícil el distinguir con claridad qué es verdad y qué es mentira. Entonces, ¿estamos condenados a vivir en la oscuridad y la duda?

Me parece que hay más de una manera de acercarnos a la realidad. Y lo primero que tendríamos que hacer es salirnos de la caja en donde intentan encerrarnos haciéndonos creer que solo hay dos posibilidades: estar con un bando o con el otro; ser puros o impuros; patriotas o traidores; conservadores o liberales. Esa caja en la que intentan encerrarnos se parece a un melodrama, que es un mundo que solo existe en la ficción, donde los personajes buenos se enfrentan a la maldad de los malos. Es también muy parecido a la lucha libre, versión deportiva del melodrama, en la cual los luchadores técnicos se enfrentan a las marrullerías de los rudos. Si los buenos ganan es gracias a su bondad a toda prueba, pero si pierden, es debido a que son víctimas de las trampas de sus enemigos. El mundo del melodrama, de la lucha libre y de las telenovelas es divertido. Es decir, etimológicamente viene de "desviar la atención de". ¿Y de qué desviamos la atención? De la realidad cotidiana y de sus problemas. Visto de esta manera, esta “realidad melodramática” que nos presentan por todos lados es muy parecida a la ficción literaria, y entonces, no resulta tan descabellado analizar esa “realidad” desde la perspectiva de la literatura.

 

Como uno de los siete géneros de la literatura dramática, el melodrama se caracteriza por presentar el enfrentamiento entre individuos positivos y negativos (los “buenos” contra los “malos”; las víctimas contra los victimarios); utiliza un tono exaltado para provocar en el lector reacciones emocionales intensas encaminadas a divertirnos y entretenernos. Tal vez por esto, el melodrama es uno de los géneros que goza de mayor popularidad. Y más en Latinoamérica, donde las telenovelas han sido de los productos televisivos de mayor consumo y exportación. Así las cosas, no resulta extraño que algunos políticos utilicen un discurso “melodramático” para intentar distorsionar la realidad e imponer una visión de los hechos a la medida de sus ambiciones y necesidades. Lo sorprendente es que esta estrategia sigue funcionando; porque, como toda ideología, es más efectiva mientras menos consiente de ella estemos.

 

Pero cuando se nos revela la manipulación melodramática de la realidad, su poder empieza a decaer. Por esto insisto en que la literatura nos ofrece herramientas útiles de interpretación de la realidad. Analizar textos literarios en general, y, como en este caso específico, un género dramático en particular, nos revela los puntos de contacto entre la realidad y la ficción. Nos muestra también que puede haber más de una interpretación del texto, pero que no toda interpretación es válida porque al final, la interpretación debe estar sustentada con pruebas. Eventualmente, la lectura y el análisis literario desarrollan el pensamiento divergente, que es aquel que genera ideas creativas mediante la exploración de muchas posibles soluciones. Esta visión “enriquecida” nos permite entender que el “mundo melodramático” no es real, solo existe en la imaginación; y una vez comprendido esto, podemos cuestionar los mensajes que recibimos y entender que la realidad es mucho más compleja que un mundo de “buenos” contra “malos”.

 

        Para finalizar esta pequeña reflexión debo confesar que me sorprende que tantas personas se resistan a cuestionar sus posturas aun cuando éstas choquen con la realidad. Y aquí parece indicado recordar lo escrito por Carl Sagan en su libro El mundo y sus demonios. La ciencia como una luz en la oscuridad:

 

Una de las lecciones más tristes de la historia es ésta: si se está sometido a un engaño demasiado tiempo, se tiende a rechazar cualquier prueba de que es un engaño. Encontrar la verdad deja de interesarnos. El engaño nos ha engullido.


Simplemente, es demasiado doloroso reconocer, incluso ante nosotros mismos, que hemos caído en el engaño. En cuanto se da poder a un charlatán sobre uno mismo, casi nunca se puede recuperar


                                                            

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