Sana distancia y teatro
Cupo limitado de Tomás Urtusástegui. |
Hoy es
el día once desde que por decisión de las autoridades de la universidad donde
laboro, se procedió a continuar con las actividades académicas en línea para
salvaguardar a la comunidad universitaria del contagio y la diseminación del
nuevo virus. El gobierno federal tardó un poco más en tomar la iniciativa de
decretar la campaña de “sana distancia”, a pesar de que las recomendaciones de
la Organización Mundial de la Salud aconsejaban tomar medidas lo antes posible.
Así, en el transcurso de estos días, la actividad en las calles se ha ido reduciendo
paulatinamente. Mucha gente se está quedando en sus casas, y únicamente salen para
tirar la basura o para surtirse de víveres y de artículos de primera necesidad.
La
forma de vida de millones de personas se ha visto alterada por la repentina
irrupción de esta crisis. Y ha mostrado la vulnerabilidad de una gran parte de
la población que subsiste de la economía informal en una sociedad tremendamente
desigual. De acuerdo a El Economista
en su edición del 17 de diciembre del 2018:
En
México más de la mitad de los trabajadores (57%) se encuentra laborando dentro
del sector informal. Este sector concentra a los ocupados que trabajan bajo
condiciones vulnerables que no garantizan sus derechos laborales (vacaciones,
aguinaldo o acceso a instituciones de salud) y es en éste mismo donde se
produjeron 23 de cada 100 pesos del PIB de México.
Tras
conocer estas cifras, vienen a mi mente las palabras que nuestro maestro de
Teatro griego y romano, Néstor López Aldeco (QEPD), dirigiera a los aspirantes a
licenciados en Literatura Dramática y Teatro ese primer día de clases: “Sepan
que, como actores, ustedes serán trabajadores eventuales toda su vida.” ¡Rayos!
No sé qué pensaron mis compañeros ese lejano día de finales de 1981, pero creo
que yo me puse pálido y me dije a mí mismo: ¡Yo no quiero eso! Paradójicamente,
fui un actor muy afortunado. Me aceptaron en mi primera audición para teatro, y
empecé a trabajar profesionalmente en el segundo semestre de la carrera. Desde
entonces, no dejé de tener trabajo como actor, bailarín, acróbata, malabarista
y mimo. Tuve la oportunidad de ser parte del elenco de tres programas de
televisión en dos cadenas antagónicas y vivir dignamente de mi trabajo durante
varios años. Pero en algo tenía razón el profesor, todo ese tiempo fui un
trabajador eventual-informal: sin antigüedad, aguinaldo, prima vacacional o
seguro médico.
Así, un
soleado día de primavera, haciendo cola para un casting, una pregunta me cayó
como cubetada de agua fría: ¿Realmente quiero seguir haciendo filas el resto de
mi vida? Entonces, salí de ahí, y fundé mi propia compañía con la cual viajé
por Centro y Sudamérica, Estados Unidos, Canadá y África. En México, viajamos
por todo el país y hubo momentos en que tuve hasta tres elencos dando función
al mismo tiempo en tres estados de la república diferentes. La compañía me
generaba el 80% de mis ingresos totales, pero el otro 20% lo obtenía de mi
trabajo como profesor universitario. Las palabras del muy querido y apreciado
Néstor, me habían enseñado a no dejar todos los huevos en una sola canasta. La
época de bonanza me permitió formar una familia, pagar una hipoteca y vivir
dignamente de mi actividad como creador.
Pero
los tiempos cambiaron. Las condiciones para presentar teatro independiente se
fueron haciendo cada vez más precarias hasta volverse insostenibles. Las
políticas por funciones dadas a los tres niveles de gobierno —federal, estatal
y municipal— se volvieron abusivas, postergando los pagos hasta 90 días, y
siempre con el riesgo de no cobrar por actos de corrupción y desvío de
recursos. Así, y ahora con una familia que mantener y una hipoteca que pagar
cada mes, me vi en la necesidad de cambiar nuevamente la fuente de mis ingresos.
Entonces me concentré casi totalmente en capitalizar mi actividad académica. Dejé
la universidad pública, y empecé a laborar en universidades privadas. También
conseguí una beca para realizar mis estudios de doctorado que me permitió tener
varios años de respiro económico adicional.
Sin
embargo, nada es para siempre. Mi actividad académica también entró en crisis.
Primero, la beca que durante cuatro años me había permitido tener un sobresueldo
más que aceptable, llegó a su fin al concluir mi doctorado. Después, una de las
universidades en las que trabajaba, cambió su plan de estudios y las materias de
teoría y análisis, prácticamente desaparecieron, dejándome sin empleo. Y como
si esto fuera poco, a la drástica reducción de ingresos se sumó la ruptura de
mi matrimonio. De un día para otro me quedé sin pareja, con la mitad de mi
ingreso, dos hijas que mantener, una pila de deudas que pagar y sin una
perspectiva clara de hacia dónde dirigir mi vida.
Durante
esos tiempos oscuros pasé largas horas buscando un trabajo que me permitiera
pagar las cuentas. Revisé todos los sitios de internet, bolsas de trabajo,
grupos de Facebook, WhatsApp. Incluso regresé a hacer castings, intentando
revivir mi carrera como actor, pero pronto me di cuenta que no podía regresar a
ese grado de precariedad. Simplemente, en ese momento de mi vida, eso resultaba
totalmente irresponsable. Me di cuenta de que no había trabajo para mí. Todas
las vacantes pedían tiempo completo y con un sueldo muy por debajo de mis
necesidades actuales. Entonces, si no podía encontrar el trabajo ideal, tal vez
tendría que inventarlo.
Tuve
que cambiar una vez más. ¿Qué otra habilidad tenía que pudiera generar
dinero? ¡Rayos! “Pues ahora que me acuerdo, también escribo”, pensé. Tres de
los libros que me había publicado CONACULTA y el Instituto Mexiquense de
Cultura ya se habían agotado. Entonces, pensé en la manera de editarlos de
nuevo. Pero pronto me di cuenta de que las posibilidades de publicar para un autor
poco conocido son casi nulas a menos de que sea ganador de un concurso, que fue
el caso de mis tres primeras publicaciones. ¿Qué hacer entonces? Recordé que mi
padre había escrito un libro y para distribuirlo, había creado su propia
editorial. Y pensé que, si él había podido hacerlo, yo podría hacer lo mismo.
La verdad es que le dediqué muchas horas de investigación y aprendizaje,
ensayo, error y tolerancia a la frustración, pero al final, pude publicar de
nuevo esos libros. A la fecha tengo siete títulos disponibles en
las librerías de Amazon a nivel mundial. Este fin de mes recibiré mi tercer
pago por concepto de regalías por las ventas de mis libros. Como editor, estoy
trabajando en un diccionario bilingüe de términos náuticos y una publicación
para una escuela normal. En lista de espera tengo otros dos libros míos listos para publicar que deberían
estar disponibles en los próximos meses.
Por
otro lado, tras más de 30 años de actividad como profesor, había empezado a
vislumbrar la posibilidad de ampliar la cobertura de mis clases presenciales y
la opción más interesante la ofrecían los cursos en línea. Por este motivo, y
ante el avance en las herramientas tecnológicas y la proliferación de los
cursos a distancia, me pareció que era una necesidad de estos tiempos, que todo
profesor debería estar capacitado para diseñar e impartir cursos en esta
modalidad. De esta manera, empecé a trabajar con mis alumnos de didáctica del
teatro estas habilidades. Como resultado de ese semestre, los alumnos generaron
cursos de gran interés y creatividad, y, con todos los requisitos para poder impartirse
en línea. Por mi parte, me familiaricé con el manejo de la educación teatral a
distancia. Gracias a esto, cuando la campaña de prevención de contagio fue lanzada, no
me tomó desprevenido. Por el contrario, me ha dado la oportunidad de
profundizar en el aprendizaje de esta modalidad de educación que ofrece nuevas
e interesantes opciones laborales.
Afortunadamente,
para mí, estos días de permanecer en casa no han vulnerado mis ingresos, ya que
sigo recibiendo mi sueldo como profesor, pero, además, de manera intuitiva, he seguido
diversificando mis actividades, y poco a poco, he ido migrando a fuentes de ingreso
que pueden realizarse con un dispositivo electrónico conectado a internet desde
cualquier lugar.
¿Y por
qué comento todo esto? Porque los grandes maestros, además de enseñarme a hacer
teatro, me han enseñado a sobrevivir las distintas crisis de la vida. Otro
destacado docente de teatro, Héctor Mendoza, nos decía: “El teatro siempre ha
estado en crisis; el teatro nació en crisis.” Entiendo que lo único constante
en la vida es el cambio. Aprendí que es necesario identificar la diferencia
entre la constancia y la necedad. No podemos hacer las mismas cosas y esperar
resultados diferentes. Si desde el principio sabemos que los actores y artistas
en general son trabajadores eventuales e informales en esta sociedad, ¿por qué
no hemos hecho nada por protegernos a nosotros mismos diversificando nuestra
actividad? Ya lo decía Eugenio Barba a su grupo de actores formado con los
alumnos rechazados de las escuelas de teatro: “Nadie nos ha pedido que hagamos
teatro; nadie más necesita que hagamos teatro. Entonces, si nosotros queremos
hacerlo, debemos estar dispuestos a pagar por ello.” Y les pedía que se
dedicaran a alguna actividad remunerada durante el día, para que, al llegar la
noche, pudieran dedicarse al teatro sin la presión de ganar dinero de eso.
No
podemos pedirle a la gente que cambie. Pero sí podemos cambiar nosotros. Si
sabemos que esta actividad es tan inestable y precaria, ¿no es nuestra
responsabilidad buscar, como los actores de Barba, otra actividad que nos
permita sobrevivir los tiempos difíciles? Los primeros responsables de nuestro
bienestar somos nosotros mismos. Y la pregunta que todos debemos hacernos en
estos días de separación de nuestras actividades cotidianas es: ¿qué puedo
hacer yo para mejorar mi calidad de vida y salir del círculo vicioso de la
informalidad? Una primera opción sería no tener todos los huevos en la misma
canasta y diversificar nuestras fuentes de ingreso.
Y a
este respecto, el libro De animales a
dioses del historiador israelí Yuval Noah Harari plantea una idea muy interesante
con respecto a los cazadores recolectores nómadas en comparación con los
agricultores sedentarios.
Los
cazadores-recolectores pasaban el tiempo de manera más estimulante y variada, y
tenían menos peligro de padecer hambre y enfermedades. Ciertamente, la
revolución agrícola amplió la suma total de alimento a disposición de la
humanidad, pero el alimento adicional no se tradujo en una dieta mejor o en
ratos de ocio, sino en explosiones demográficas y élites consentidas. El
agricultor medio trabajaba más duro que el cazador-recolector medio, y a cambio
obtenía una dieta peor. La revolución agrícola fue el mayor fraude de la
historia.
¿Y cómo
se vincula esta idea con la vida de miles de personas dedicadas al arte y en
especial al teatro? De alguna manera, hemos aprendido a ser como los
agricultores sedentarios y dedicarnos a una sola actividad. Iniciativas como
las del FONCA siguen ese principio: quien aspira a obtener fondos, debe tener un
alto grado de especialización demostrable con muchos años dedicados a la misma
actividad. Y un
artista multipotencial —término que se refiere a la capacidad y preferencia de
algunas personas para destacar en dos o más campos diferentes como Leonardo da
Vinci, que representaría un estilo de vida más cercano al de los
cazadores-recolectores—, sería mal visto pues se le aplicaría el dicho:
“aprendiz de todo y oficial de nada”.
Cuando
los recursos de un lugar no eran suficientes para satisfacer las necesidades de
los cazadores-recolectores, ellos simplemente levantaban sus pocas pertenencias y se
mudaban a otra parte.
De la
misma manera, cuando las condiciones de nuestra actividad no son propicias para
vivir con dignidad, deberíamos tener la flexibilidad para cambiarnos a donde sí
las haya. ¿Esto significa dejar de hacer teatro? No. Simplemente que deberíamos
encontrar una actividad que pague las cuentas y nos permita seguir haciendo teatro.
Y entonces, en tiempos de crisis, la fórmula propuesta
por Eugenio Barba hace poco más de cincuenta años, resulta de una lógica
pragmática irrebatible. Tampoco es menor que fuera él con su grupo, el Odin Teatret,
de los pioneros en la diversificación de los productos capitalizables de una
compañía teatral: a lo largo de los años desarrollaron talleres
internacionales, conferencias y usaron la tecnología disponible en su momento
para el registro y difusión de su trabajo a distancia a través del cine y el
video.
No cabe duda de que, aún a la distancia, los grandes maestros nos siguen dando
lecciones aplicables a los tiempos que nos han tocado vivir. Por eso, no es una mala idea aprovechar estos días para recuperar el legado de tantos y tantos maestros recogido en excelentes libros. En torno a la profesión del actor, Eugenio Barba es un autor obligado: entre sus libros destacados están Las islas flotantes, y Anatomía del Actor; para tener una visión esclarecedora de la evolución humana, De animales a dioses de Yuval Noah Harari es altamente recomendable; y en el campo de la educación teatral a distancia, el sitio de Teatro CELCIT de Argentina es un modelo digno de replicarse.
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