Representaciones para niños en el México antes de México
Cualquier intento
por abarcar la historia del teatro para niños en México requeriría una buena
dosis de trabajo detectivesco – más adecuado para alguien como Sherlock Holmes
- no solo porque se remonta a muchos siglos atrás, sino, sobre todo, por la
escasa y dispersa información disponible. Investigadores como Felipe Reyes
Palacios y Hugo Salcedo han publicado diversas aproximaciones a esta historia, pero
ambos inician su recorrido en los albores del siglo XIX, y a partir de lo que
se considera el México Independiente. Sin embargo, hubo un México antes de ese
México.
De acuerdo a la
leyenda que ha quedado consignada en el Códice
Boturini o Tira de la Peregrinación,
algunos grupos de migrantes provenientes de un lugar mítico llamado Aztlán,
llegaron a la cuenca de México y se asentaron en un islote del lago de Texcoco
fundando su ciudad- estado: México-Tenochtitlan, que es el primer México del
que tenemos noticia. La historia del teatro para niños en general durante este
tiempo, está cubierta de misterio y, hasta ahora, no ha sido considerada en relación
a la historia del teatro mexicano para niños.
Si buscamos en
los textos de los cronistas algo tan específico como “teatro para niños”, nos
vamos a encontrar con las manos vacías. Porque el concepto de un teatro
diseñado específicamente para audiencias jóvenes, es muy reciente. Sin embargo,
la lógica nos dice que los niños han estado expuestos a diversas
manifestaciones escénicas a lo largo del tiempo. El camino entonces nos lleva a
identificar esas manifestaciones escénicas y deducir cuáles serían aptas para
niños.
Para estudiar
este tipo de representaciones, que, hasta donde sabemos hoy, no involucraban un
texto dramático - ya que las antiguas culturas de Mesoamérica eran
esencialmente orales -, debemos valernos de las descripciones de los cronistas
del siglo XVI, quienes de primera mano consignan lo que ven. Las
representaciones escénicas en ese tiempo, como los bailes y cantos, parecen
haber sido un divertimento profano que se realizaba en la casa de los señores y
no en los templos o plazas públicas.
En una
descripción de tales representaciones, Fray Bernardino de Sahagún habla de una
especie de titiritero: Teuquiquixti,
“quien hace saltar a los dioses”. De esta descripción podemos deducir que, en
su origen, los temas de las representaciones estaban ligados a la mitología
nahua y los personajes eran deidades. Sin embargo, en los últimos tiempos, ya
eran profanos pues los personajes eran mujeres y hombres, no dioses. Sahagún también
nos habla de una especie de faquir o ilusionista al que llama “El destrozador”,
quien estaría relacionado con la creación de ilusiones y que al igual que los
magos modernos, podía cortar a personas y luego unirlas otra vez sin
producirles ningún daño.
A partir de estas
descripciones podemos deducir que los niños del México antiguo tenían a la mano
representaciones de algo muy parecido a lo que ahora conocemos como titiriteros
e ilusionistas. Con la llegada de los europeos, dos concepciones escénicas
diferentes se fusionan para generar algo nuevo. Por un lado, la fiesta mesoamericana, donde la oralidad,
la música y la corporalidad son los elementos principales. Por el otro, el
teatro europeo, donde el discurso y la palabra escrita tienen el papel
protagónico. Así las cosas, no sorprende que entre las primeras noticias de
teatro para niños que tenemos en el siglo XIX, figuren obras para títeres y
zarzuelas.
En 1835 se funda
la Compañía de títeres Rosete Aranda, la cual se mantiene activa por los
escenarios del país hasta 1958. En los años posteriores a la Revolución
Mexicana, la familia Cueto integrada por Germán, su esposa Lola y luego su hija
Mireya, destacan como titiriteros. En épocas más recientes, compañías como La Trouppe y Marionetas de la esquina, tienen a payasos y títeres como sus
protagonistas, y en la década de 1990, Ednovi, “el ilusionista de México”, es
pionero con obras como Abracadabra, El misterio de los espejos y El otro mago de Oz, de un teatro para
niños donde la magia es el atractivo principal.
Sin embargo, esta
continuidad no solo existe en los formatos y técnicas utilizadas desde el
México antiguo hasta nuestros días, sino también, en ciertas temáticas. La
especialista en teatro para jóvenes audiencias, Yoloxóchitl García, identifica
un interés recurrente del teatro para niños mexicano en la reinterpretación de la
mitología y la historia nacional. Algunos ejemplos de esto los podemos
encontrar en obras como Popol Vuh de
Luisa Josefina Hernández, La maravillosa
historia del chiquito Pingüica de Sabina Berman, Mictlán, El juego de pelota,
Lentes de lluvia, El juego de la Creación y Coyolxauhqui de quien esto escribe.
Entonces, de
alguna manera, parecería que las representaciones para niños en el México del
siglo XXI siguen nutriéndose del otro México, ese que se pierde en las brumas
del recuerdo, de las historias de las abuelas, en la leyenda.
Y podemos
preguntarnos por qué a pesar de los avances tecnológicos y la deslumbrante
modernidad, todavía alguien decide dirigir su mirada hacia el pasado. Pero, tal
vez esto tiene que ver con las concepciones del tiempo. Los antiguos mayas
pensaban que el tiempo era cíclico, y cuando querían saber lo que iba a pasar
en el futuro, solo tenían que ver lo que ya había ocurrido en el pasado. Así
las cosas, parecería que este pensamiento sigue vivo en el inconsciente colectivo,
y que algunos creadores, siguen encontrando en la reelaboración de mitos y
leyendas, las preguntas adecuadas para que los niños de hoy puedan pensar sobre
el mundo en el que viven.
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