Rostro de ceniza


Madison Palomo en "Cenicienta". Fotografía de Erika Nuñez.

     Es el viernes 8 de marzo y millones de mujeres marchan por las calles de las principales ciudades del mundo portando pancartas y exigiendo respeto a sus derechos. No celebran, pues para ellas, la lucha está lejos de haber acabado. No importa si son niñas, jóvenes o ancianas, ellas modifican el paisaje urbano y se meten en las consciencias a través de marchas y huelgas por el Día Internacional de la Mujer. La denuncia hacia un sistema inequitativo y discriminatorio que margina a grandes grupos de su población de los derechos más elementales, permea a todas las esferas de la sociedad, y el teatro para niños y jóvenes no es la excepción.

     A finales de enero del presente año, tuve la oportunidad de asistir a la función de la obra Cenicienta de Caroline Reck y Rupert Reyes, producida por Teatro Vivo y Glass Half Full Theatre de Austin, Texas, en el marco del Festival Sin Fronteras. Y aunque en la anterior entrada del blog reseñé de forma general las obras presentadas, en esta ocasión me concentraré en comentar esta obra. Cenicienta  parece recoger varios de los nuevos paradigmas que se manifiestan en las luchas por la reivindicación de la mujer, y los pone en escena ante un grupo de jóvenes espectadores, promoviendo con el poder del teatro, la reflexión y discusión sobre un tema polémico y de gran actualidad.

   Para empezar, el título de la obra: Cenicienta, escrito en español, en un país anglófono en el cual el discurso desde las esferas más altas del poder promueve la intolerancia y la xenofobia en contra de los migrantes hispanoparlantes, es un abierto desafío a esas políticas discriminatorias. El título viene a ser una declaración de principios y una denuncia en tiempos de turbulencia anti inmigrante porque la protagonista de esta historia es una mujer latina. Y tener a una mujer como protagonista en tiempos en que el discurso dominante desde la Casa Blanca se ha mostrado abiertamente misógino, es, por decir lo menos, subversivo.   Porque en un mundo patriarcal y machista, tener a una mujer como el centro de la historia es contestatario y una bofetada al statu quo.

     Otro aspecto interesante está dado por la colaboración entre los dramaturgos Reck y Reyes. Porque si bien las luchas por la reivindicación de la mujer han tenido una fuerte oposición de los sectores más conservadores de la sociedad hasta hacerlas parecer una guerra entre sexos, Cenicienta es una clara muestra de que el trabajo en equipo entre una mujer y un hombre es aún viable y puede producir una obra verdaderamente estimulante que hace una relectura del cuento clásico.

     Belinda, la protagonista de esta historia, se encuentra encerrada en el sótano de la casa familiar rodeada de objetos cotidianos: lámparas de mesa, un saco de dormir, una tetera. Pero conforme avanza la acción de la obra nos vamos dando cuenta de que las cosas no son lo que parecen y que todo lo que vemos está cargado de valores sorprendentes e insospechados. De esta manera intuimos que la casa no es solo una morada cualquiera, sino que representa el mundo en el cual nuestra protagonista está encerrada. Un mundo lleno de prejuicios y prohibiciones que la ha marginado a estar aislada en el lugar más bajo y oscuro, condenada a la soledad y al silencio. ¿Acaso estamos frente a una metáfora de la condición femenina y de la opresión? Las implicaciones de esta asociación de ideas, me golpean en lo más profundo de la conciencia.  Y entonces, el recuerdo del movimiento Me too salta como una liebre ante mis ojos.

     Pero esta mujer no se amedrenta ni se somete a las fuerzas que la han condenado al olvido, Belinda juega. Y su juego se transforma en una fuerza fecunda y creadora que da vida a los objetos que están a su alrededor. Y de pronto la tetera se trasforma en un hada madrina. La ilusión es poderosa y todo cambia. Belinda juega y en su juego va dando sentido al caos que la rodea; con su juego, va ordenando ese mundo deshumanizado y lo va dotando de alma. Y Belinda es Cenicienta. Y Cenicienta representa la condición de opresión de la mujer en un mundo que la ha intentado mantener callada y oculta entre las sombras.

     Conforme avanza la acción, la realidad de la niña latina encerrada en el sótano de su casa y la evocación de la Cenicienta, protagonista del cuento clásico, se confunden y entretejen creando una sutil ambigüedad de tiempos. El pasado y el presente se confunden llevándome a una triste revelación: a pesar del tiempo trascurrido entre una y otra historia, la condición femenina no ha cambiado lo suficiente. Y mientras en la ficción de la escena el personaje se da cuenta de su capacidad creativa, viene a mi mente una de las ideas centrales en el pensamiento de Augusto Boal, creador del Teatro del Oprimido. Para el director brasileño, solo hay dos tipos de teatro: el que promueve la revolución, y el que la posterga. Para Boal, la ficción de la escena debe servir como un ensayo de la revolución, del cambio positivo.  A través de la historia de la Cenicienta, la niña latina descubre su valor como creadora y creativa. Esto la libera y le permite enfilarse hacia la puerta y franquear el umbral que la mantenía en la oscuridad del sótano.  

     Tras la función, algunas preguntas quedan en el aire: ¿la solución en la escena es ejemplar? ¿Es un modelo a seguir para los espectadores, niños y niñas que asisten a la función? ¿Los motiva a liberarse en la realidad cotidiana que viven cada día? Lo que es un hecho, es que ninguno de los pequeños asistentes a la obra volverá a ver a la Cenicienta de la misma manera. Porque el trabajo de la actriz egresada de la Universidad de Texas en Austin, Madison Palomo, se gana el reconocimiento del público, provocando la empatía de chicos y grandes con su personaje.

     Y en lo que respecta al marco en el que se llevó a cabo esta función, el Festival Sin Fronteras de Teatro para Jóvenes Espectadores, es de destacar que como pilares de su realización está una tríada de profesionales del teatro: Abigail Vega, Emily Aguilar y Roxanne Schroeder-Arce. Tres mujeres que muestran que la realidad está cambiando, y que la capacidad se va imponiendo sobre los nombramientos por cuestiones de género.






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