Deseo mimético y el Curioso impertinente
Si bien, el Quijote de la Mancha presenta una
tendencia marcada hacia la verosimilitud narrativa en contraposición a la
fantasía desbordada de las novelas de caballerías, la inclusión de El curioso impertinente, y en
específico, el excéntrico comportamiento de su protagonista: Anselmo el Rico,
parece a primera vista, enigmática y difícil de entender. Sin embargo, el
asunto tratado, no resulta del todo nuevo para la época de Cervantes pues
podemos rastrear antecedentes del tema en fuentes tan antiguas como el libro I
de la Historia de Heródoto; en
autores griegos como Xantos, Nicolás de Damasco y Platón; durante el medievo
español en El conde Lucanor y finalmente
en el Decamerón de Boccaccio. Pero
también, figura como uno de los diez mandamientos de la fe cristiana enunciado
como: “No desearás a la mujer de tu prójimo”.
Visto de esta manera, lejos de representar un caso aislado,
particular y extraordinario, el fenómeno del triángulo amoroso representado por
Anselmo, Lotario y Camila, se nos revela como más generalizado y común de lo
que podríamos haber imaginado. Así que tal vez, cuando analizamos el
comportamiento de Anselmo el Rico, no sólo estamos dilucidando las motivaciones
de un personaje de ficción inmerso en un universo imaginario, sino que también,
y como lo hace toda gran obra literaria, nos invita a reflexionar sobre los
resortes de nuestra naturaleza humana y principalmente, sobre nuestro
comportamiento en sociedad.
En palabras del protagonista, lo que lo lleva a proponer tan
arriesgada experiencia, es un deseo; y podríamos preguntarnos qué clase de deseo
puede orillar a un hombre a poner en riesgo algo tan valioso como el amor, el
honor y la amistad. Ante este dilema, podríamos sentirnos en un complejo
laberinto, amenazados por un terrible Minotauro dispuesto a cebarse en nuestros
restos moribundos. Sin embargo, gracias al hilo que nos facilita el crítico
francés René Girard, podemos intentar descifrar el laberinto; y el hilo que nos
tiende se llama: deseo mimético. Porque al igual que el delgado hilo de
Ariadna, el concepto girardiano nos puede parecer a primera vista de una
extrema simplicidad, sin embargo, encierra su grado de complejidad por lo que
antes de explicar el concepto introducido por Girard, quizás deberíamos detenernos
un momento en otro concepto necesario para su comprensión: la mímesis.
La palabra mímesis, de origen griego, está presente en forma
embrionaria y no del todo definida desde los filósofos presocráticos. Por su
parte, Platón la concibe como una imitación simple, pero Aristóteles le da un
carácter más creativo donde la mímesis se complejiza gracias a la labor del
poeta y va más allá de la imitación simple de la naturaleza, para convertirse
en una representación de ella. De esta manera con Aristóteles, la mímesis se constituye
en uno de los elementos fundamentales de la estética y de la construcción artística.
En este sentido Aristóteles dice: “el imitar es connatural al hombre desde
niño, [y por la imitación] adquiere las primeras noticias. Lo segundo, todos se
complacen con las imitaciones” (1).
De esta manera, Aristóteles identifica como una
característica humana a la mímesis; en principio porque le permite aprender por
imitación, y en segunda, porque le permite crear las artes. Pero algo que no
menciona Aristóteles, es el papel de la mímesis como elemento socializante. Para
Gebauer y Wulf, la mímesis es: “una orientación teórica y práctica hacia el mundo; abarca
conocimiento y acción, sistemas simbólicos y comunicación a través de
relaciones entre Yo y el Otro” (2).
De acuerdo a esto, la mímesis no sólo está involucrada en la
educación y en el arte, sino que permite la integración del individuo con un colectivo
de personas, pues a través de la imitación del comportamiento de los miembros
del grupo, el individuo es aceptado. Esta noción utilitaria de la mímesis queda
descrita también en el saber popular en dichos como: “Al país que fueres, haz
lo que vieres”. Así las cosas, la mímesis se convierte en un mecanismo de
adaptación al medio y de supervivencia, es decir, es parte del instinto de
conservación. Hasta aquí hemos visto los aspectos positivos del mecanismo
mimético, sin embargo, también es necesario mencionar los aspectos negativos y
antisociales que se pueden desencadenar a través de la mímesis.
En su libro Mentira
romántica y verdad novelesca de 1961, Girard introduce el concepto de deseo
mimético. El título alude a lo que Girard considera como un engaño conceptual
del pensamiento romántico y que se manifiesta como una de las características
distintivas de las producciones literarias de ese periodo: el
individualismo. Para Girard, el
pensamiento romántico promueve la idea de que el individuo no sólo decide, sino
que sobre todo, desea de manera independiente, personal y original. Y es
importante hacer notar que también la originalidad viene a ser uno de los
principios más valorados en este periodo. Esto vendría a ser la mentira
romántica, la idea de que el individuo desea por sí mismo. En oposición a esta “mentira”,
Girard antepone lo que él llama, la “verdad novelesca” que descubre precisamente
en su lectura del Quijote.
A Girard le llama la atención algo que había estado a la
vista de todos los lectores del Quijote,
pero que al parecer, nadie había notado. Porque este “hidalgo de los de lanza
en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor” (3), decide
un buen día sacar del olvido las armas de sus bisabuelos y armarse
caballero andante para aumento de su honra y servicio de su república. Pero,
¿por qué le viene esta extraña idea a la cabeza? De acuerdo a Girard, por
imitación de los héroes de sus novelas:
Quiero Sancho que
sepas que el famoso Amadís de Gaula fue uno de los más perfectos caballeros
andantes. No he dicho bien fue uno; fue él solo, el primero, el único, el señor
de todos cuantos hubo en su tiempo en el mundo […] Amadís fue el norte, el
lucero, el sol de los valientes y enamorados caballeros, a quien debemos imitar
todos aquellos que debajo de la bandera del amor y de la caballería militamos.
Siendo, pues, esto ansí, como lo es, hallo yo, Sancho amigo, que el caballero
andante que más le imitare estará más cerca de alcanzar la perfección de la
caballería (4).
De esta manera, don Quijote permite que sea la figura del
Amadís (el personaje de ficción) quien defina lo que debe desear don Quijote y
lo que debe intentar alcanzar. Esto resulta interesante ya que en ese universo
ficcional de la novela, las acciones de don Quijote están reguladas como
imitación del personaje ficticio que él lee a su vez en las novelas de
caballerías. El sujeto propenso a este tipo de mecanismos miméticos, es quien
desea cualquier objeto deseado por alguien que él admira. Es decir, el sujeto
(don Quijote) no desea algo por iniciativa propia, sino como imitación de un
modelo (Amadís) que posiciona al objeto del deseo como algo valioso y deseable.
“Don Quijote ha renunciado, en favor de Amadís, a la prerrogativa fundamental
del individuo: ya no elige los objetos de su deseo; es Amadís quien debe elegir
por él. El discípulo se precipita hacia los objetos que le designa, o parece
designarle, el modelo” (5)
De esta manera, el deseo mimético es un deseo adquirido por
la mediación de otro, el mediador, en este caso, Amadís. Por su parte, Don
Quijote experimenta un deseo copiado, imitado y por lo tanto, opuesto
radicalmente al concepto romántico de originalidad. Es un “deseo según el otro”
en lugar de ser un “deseo según uno mismo”, es decir, un deseo propio. Este
deseo mimético o “deseo según el otro”, se eslabona en una cadena interminable
donde Don Quijote imita al Amadís, pero a su vez es imitado por Sancho. En
estos casos, la mediación del deseo funciona como un elemento positivo de
motivación y aspiración porque el mediador (Amadís) se encuentra demasiado
lejano de Don Quijote para entrar en conflicto con él en cuanto al objeto de su
deseo. Es decir, en este caso, Don Quijote no compite contra Amadís, sino que
sólo le sigue como modelo digno de imitar. A este fenómeno, Girard le llama
mediación externa. Pero cuando el mediador se encuentra más cerca de la esfera
del sujeto deseante, se genera una relación triangular en la cual en una de las
puntas del triángulo se encuentra el objeto del deseo y en las otras dos,
enfrentados, los sujetos deseantes, que al desear lo mismo y ser ambos de
características similares, eventualmente se convertirán en rivales. Y a este
tipo de relación Girard le llama mediación interna. ¿Pero qué relación tiene
esto con el curioso caso que nos ocupa?
Bien, pues aparentemente el protagonista tiene todo lo que
desea: la mano de Camila; con lo cual su felicidad debería estar garantizada.
Sin embargo, desde el inicio de la historia vemos que esto no es así. Anselmo
se siente obsesionado y no es del todo claro el motivo de su obsesión. Después
de enumerar todas las bendiciones con que la fortuna lo ha favorecido dice: “Pues
con todas estas partes, que suelen ser el todo con que los hombres suelen y
pueden vivir contentos, vivo yo el más despechado y el más desabrido hombre de
todo el universo mundo” (6) A su amigo le propone poner a prueba la fidelidad
de su mujer, sin embargo, la verdadera intención de Anselmo es que Lotario
llegue a desearla. Por eso, le pide a su amigo que sea el intermediario con sus
padres para arreglar la boda; que siga frecuentando su casa después del
matrimonio; que se quede a solas con ella y que la enamore. Porque confía en
que expuesto a la belleza de Camila, no podrá menos que sucumbir a sus encantos,
como en efecto sucede. “Pero el provecho que las muchas virtudes de Camila
hicieron poniendo silencio en la lengua de Lotario, redundó más en daño de los
dos, porque si la lengua callaba, el pensamiento discurría y tenía lugar de
contemplar, parte por parte, todos los extremos de bondad y de hermosura que
Camila tenía, bastantes a enamorar a una estatua de mármol, no que un corazón
de carne” (7).
Esta competencia
irracional que lleva a Anselmo a semejantes actos de locura es lo que nos
revela el mecanismo propuesto por Girard: el deseo mimético. Porque paradójicamente, Anselmo no desea a Camila
por sí misma; sino como un medio para superar a su más grande rival: Lotario. Y aquí puede parecer extraña esta idea, porque
a lo largo de la narración se nos ha presentado la relación entre ambos como
una gran amistad: “los dos amigos
eran llamados” (8). Pero tan grande rivalidad y competencia sólo puede darse
con alguien que el protagonista ve como su igual. Y en efecto, Lotario parece ser
quien mejor se equipara con Anselmo al grado de parecer su alma gemela, porque es
tan rico, gentil hombre y bien nacido como él: “Eran solteros, mozos de una
misma edad y de unas mismas costumbres; todo lo cual era bastante causa a que
los dos con recíproca amistad se correspondiesen” (9)
Así las cosas, Anselmo sólo puede triunfar sobre Lotario, si
éste desea a Camila sin poderla obtener. Porque en el juego triangular del
deseo mimético, no basta con poseer el objeto del deseo, en este caso Camila,
sino que es necesario ser envidiado por su rival. Por esto, la obsesión de Anselmo no está en
probar la fidelidad de su esposa, sino en superar a su rival haciéndolo desear
algo que él posee y que no podrá obtener. El triunfo de Anselmo está entonces, en
el deseo insatisfecho de Lotario.
Lo que Anselmo no calcula es que el deseo insatisfecho de
Lotario no se detiene en el descubrimiento de que su rival (Anselmo) posee el
objeto de su deseo y siente envidia; la fuerza irracional que esto provoca, lo
lleva a competir con el que ahora se ha convertido en su rival y a disputarle
el objeto del deseo. La lucha que se desencadena entre los rivales acaba no
sólo con llevarlos a ambos a la destrucción, sino que también, Camila, el
objeto de su deseo, queda destruida en el proceso. De alguna manera, el
mecanismo del deseo mimético se nos revela como una paradoja; por un lado forma
parte de nuestro instinto de conservación y supervivencia al permitirnos
adaptarnos al medio. Por el otro, desencadena la violencia miméticamente engendrada
que lleva a la competencia y eventualmente a la destrucción pues promueve que
unos deseen lo que tienen los otros.
Finalmente, aunque este mecanismo se nos revela en el
universo de la ficción literaria, no parece estar tan alejado de nuestra realidad
cotidiana. ¿Acaso no es sospechosamente parecido al mecanismo del que se vale
la publicidad para fomentar el consumo? Los medios promueven la competencia que
lleva a los individuos a consumir de manera insaciable, obsesiva e irracional; presentan
mediadores de deseos que adoptamos miméticamente y que nos llevan a desear computadoras,
teléfonos, autos o accesorios; nos llevan a desear estilos de vida, parejas o
profesiones como si tal deseo fuera nuestra elección libre, independiente y
autónoma. Sin embargo, como lo muestra el Curioso
impertinente, el gran poder del deseo mimético radica en que no nos damos
cuenta de que nuestros deseos en
realidad han sido implantados desde fuera y en imitación de los deseos de alguien
más que rara vez alcanzamos a identificar.
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