Viajes extraordinarios y las vacaciones de un hobbit



Durante las vacaciones de fin de año, muchas personas aprovechan a viajar para salir del tedio y la cotidianidad, y aunque un viaje a la playa, a una zona turística o a una ciudad colonial - por su precio se ha vuelto prohibitivo para muchos bolsillos –, aquí les presento la alternativa económica que yo utilicé en estas vacaciones para viajar alrededor del mundo y más allá.

Mi aventura comenzó mientras caminaba por las calles de la Ciudad de México, y, en un puesto de periódicos, me topé con un elegante ejemplar de la colección Hetzel de los Viajes extraordinarios de Julio Verne. Esta atractiva colección compuesta de 59 títulos en entregas quincenales, está inspirada en la original francesa del siglo XIX, publicada por el editor de Verne: Pierre- Jules Hetzel, y que, por esto, lleva su nombre. Reconocí la edición, porque había visto las portadas en las ediciones originales en francés que aparecen en internet. Los tomos, encuadernados finamente en pasta dura e impresiones doradas en los lomos, son verdaderamente atractivos para los bibliófilos románticos que siguen prefiriendo un libro físico para ocupar un lugar en su biblioteca. Las portadas ilustradas a color y detalles en dorado que reproducen el estilo del siglo XIX, son extraordinarias y al abrir el libro y pasar las páginas acompañadas de las ilustraciones originales, producen un verdadero placer a los sentidos que maximiza la experiencia de lectura. De esta manera, no pude resistir la tentación y me llevé varios tomos para leer en vacaciones.



A pesar del tiempo transcurrido, las obras de Verne siguen siendo muy populares entre un gran número de lectores y no es difícil entender el porqué. Para empezar, Verne puede llevar a su lector a los rincones más apartados, exóticos y desconocidos de la tierra a través de sus detalladas descripciones. Esto lo logra no sólo gracias a su prodigiosa imaginación, sino también, gracias a la investigación concienzuda que hace utilizando los últimos avances de la ciencia de su tiempo. Lo cual forma la amalgama perfecta, pues otorga a sus relatos, el toque de verosimilitud que permite al lector adentrarse plenamente en el mundo ficcional de la obra; es decir, logra la: “suspensión voluntaria de la incredulidad”, concepto que se aplica a la perfección a las obras literarias y que el poeta inglés Samuel Taylor Coleridge había desarrollado ya desde 1817.

Tras este feliz encuentro, no podía esperar para brincar a la canastilla del globo aerostático “Excélsior” en compañía del doctor Samuel Fergusson, su entrañable amigo Dick Kennedy y su criado Joe Wellington, y embarcarme con ellos en la búsqueda del misterioso nacimiento del río Nilo. Página tras página, Cinco semanas en globo - publicado en 1863 y con el cual se inicia la serie de 60 títulos de los Viajes extraordinarios que Verne escribió a lo largo de casi 40 años -, nos ofrece la oportunidad de viajar hasta los rincones más inaccesibles del “continente negro” y conocer su flora, fauna y las curiosas costumbres “salvajes” de sus habitantes desde la perspectiva de los personajes europeos “civilizados”. De esta manera, el viaje no se desarrolla sólo en el espacio, hacia un lugar lejano y misterioso, sino también en el tiempo; pues da cuenta de las principales ideas vigentes en la segunda mitad del siglo XIX en Europa en torno al continente africano y a sus habitantes. Por esto, catalogar a Verne como un defensor del colonialismo, puede ser un tanto extremo, y quizás sería más justo decir, que era un hombre de su tiempo.


En De la tierra a la luna, publicado en 1865, asistimos al portentoso proyecto del presidente del “Gun- Club” norteamericano: Impey Barbicane, de lanzar un enorme proyectil a la luna usando un descomunal cañón. La obra describe los complicados cálculos requeridos para la preparación del cañón, la forma y tamaño del proyectil, la ubicación y fechas más adecuadas para el lanzamiento, e incluso, el tiempo requerido para viajar hasta la luna. El espíritu práctico de los norteamericanos queda plasmado en la campaña de recaudación de fondos para la titánica empresa. Hacia el final de la obra, aparece un curioso personaje: el francés Miguel Ardan, quien se propone viajar en el interior del proyectil y convence al presidente Barbicane y a su rival, el capitán Nicholl a acompañarlo. En la continuación de esta obra: Alrededor de la luna, publicado en 1870, tenemos la oportunidad de viajar en compañía de los tres aventureros por el espacio. A los ojos de un lector contemporáneo, resulta divertido leer algunos fenómenos que ni siquiera la fértil imaginación de Verne pudo prever como: la ausencia de cinturones de seguridad para el despegue; la falta de gravedad en el interior de la nave a lo largo de casi todo el viaje; la imposibilidad de abrir escotillas directamente al espacio; o los problemas para preparar y consumir alimentos en gravedad cero. Otra pregunta que cruzó por mi mente y dibujó una sonrisa en mi rostro fue: ¿qué esta gente no va al baño nunca? Porque el proyectil acondicionado como cápsula espacial no tenía previsto este servicio elemental.

Y si bien a Verne se le escaparon estos detalles, resulta sorprendente en cuántos otros sí acertó. En principio, señala a los Estados Unidos como el país que concreta el primer viaje tripulado a la Luna; la tripulación de ese primer viaje consiste en tres integrantes; el tamaño de la cápsula de Verne es muy similar al del programa Apolo; el lanzamiento real también se realiza desde la Florida y por las mismas razones expuestas por el autor; el uso de cohetes para contrarrestar  la violencia del aterrizaje; y en ambos casos, el retorno de la cápsula a través del amarizaje en el océano Pacífico. Aunque en la segunda novela, Verne se extiende demasiado en descripciones de la superficie lunar que poco aportan al desarrollo de la acción y caen en lo tedioso, no deja de ser una lectura obligada para todo amante de la ciencia ficción y los viajes espaciales.


        Tras viajar al África en globo y alrededor de la luna en un proyectil balístico acondicionado como cápsula espacial, acompañé al excéntrico millonario inglés Phileas Fogg y a su criado Jean Passepartout – que literalmente se podría traducir como Juan “Pasa por todos lados” pero que en la traducción de esta edición aparece simplemente como Juan Picaporte -, a dar La vuelta al mundo en ochenta días, libro publicado en 1873. Utilizando trenes, buques, barcos de vapor, trineos y hasta un elefante, partiendo desde Londres hacia el Canal de Suez, luego a Bombay, Calcuta, Hong Kong, Yokohama, San Francisco, Nueva York, y de regreso a Londres. En esta obra se plantea una idea que hoy en día parece cotidiana: el mundo no es tan grande como parecía. Pero la verdadera sensación de viajar por el mar, la encontré en Los hijos del capitán Grant (En América del Sur). Primer título de la trilogía que lleva a un grupo de aventureros a bordo del yate “Duncan” en busca del desaparecido capitán Grant y cuyo detonante es el desciframiento de un documento de socorro encontrado en una botella. Las pistas llevan a los navegantes, y a los lectores, hasta las costas australes de Argentina y Chile.


        Agotados esos viajes por el mundo, me propuse ir aún más lejos: a otros mundos. Entonces, hice una visita a la biblioteca donde encontré un clásico de la literatura de fantasía: El hobbit, publicado en 1937. De esta manera, mi último viaje antes del fin de año fue por la Tierra Media en compañía de Bilbo Bolsón, Gandalf, Thorin, Escudo de roble y su compañía de enanos en su cruzada hasta la Montaña Solitaria para apoderarse del tesoro custodiado por Smaug, el dragón. La excelente prosa de Tolkien es algo digno de leerse, pero también su creación poética es deslumbrante y puede apreciarse en su poema: La última canción de Bilbo (Bilbo’s last song), publicado en forma de libro hasta 1990, y que, de alguna manera, viene a ser el colofón de la novela. Es interesante notar, que, aunque estas obras parecen ser muy diversas y compartir sólo el tema del viaje, en realidad siguen una estructura fundamental que, en la actualidad se conoce como “el viaje del héroe”.

El precursor de las exploraciones en torno a las estructuras profundas de un relato en el siglo XX es el estudioso ruso Vladimir Propp, quien identifica los elementos constantes de un relato en su libro: La morfología del cuento, publicado en ruso en 1928, y que ya he comentado en mi entrada: Propp y la medida de todos los cuentos. Algunos años después, en su libro: El héroe de las mil caras, publicado en 1949, Joseph Campbell, llega a conclusiones similares. Aunque es necesario señalar que la obra de Propp no fue conocida en occidente hasta su traducción al inglés en 1958, por lo que es dudoso que Campbell lo hubiera leído antes. En todo caso, las aportaciones de Propp – para los cuentos fantásticos -, y de Campbell – para los mitos -, son reunidas por Christopher Vogler en su libro: El viaje del escritor, publicado en 2002, y que plantean una estructura que las grandes historias parecen compartir, dividida en 12 etapas: 1) El mundo ordinario; 2) La llamada de la aventura; 3) El rechazo de la llamada; 4) El encuentro con el mentor; 5) La travesía del primer umbral; 6) Las pruebas, los aliados, los enemigos; 7) La aproximación a la caverna más profunda; 8) La odisea; 9) La recompensa; 10) El camino de regreso; 11) La resurrección; y 12) El retorno con el elixir. Además, Vogler identifica los siete personajes arquetípicos básicos de toda historia: 1) El héroe; 2) El mentor; 3) El guardián del umbral; 4) El heraldo; 5) La figura cambiante; 6) La sombra; y 7) El embaucador.


Así las cosas, aunque parece que estos libros nos llevan a viajar y vivir distintas aventuras que nos evaden de la realidad, resultan ser todo lo contrario. Porque todos estos libros nos cuentan la misma historia: la historia de una vida, la vida del héroe, que es una metáfora de nuestra propia existencia.  Y lo que parece claro a la luz de estas reflexiones, es que esta estructura básica, historia o monomito, nos sigue fascinando. Quizás porque hoy, al igual que hace miles de años, al enfrentar diversos problemas en la ficción de una historia, aprendemos a lidiar con ellos en nuestra vida; aprendemos del héroe sobre tenacidad, virtud, valor, constancia, solidaridad, respeto. Y entonces, el caos de la vida nos parece soportable. En realidad, el héroe no tiene sexo, es una figura arquetípica ejemplar que nos representa a todas y a todos, y que sintetiza la voluntad humana para superar cualquier obstáculo que se presenta en la vida diaria, con dignidad y coraje.






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